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Enfermedad por coronavirus

El COVID 19, es una enfermedad infecciosa causada por un virus, el SARS-CoV-2, que se inscribe dentro del grupo de los virus sincitiales respiratorios con elevados índices de contagiosidad y con similitud de síntomas de la archiconocida gripe, pero con algunas manifestaciones clínicas particulares que pueden llegar a ser letales, especialmente en personas que padezcan alguna enfermedad que derive en inmunosupresión, o personas mayores con sistemas inmunológicos algo desgastados o con patologías crónicas de base descompensadas como en casos concurrentes con diabetes o enfermedad cardiovascular. 
El designado COVID 19, se describe por primera vez en el s.XXI, para diciembre de 2019, en un conjunto de personas de nacionalidad china, habitantes de la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei, al suroeste del país asiático. Incluso el médico Lin Wenliang, que alertó la enfermedad fallece, portador del virus, poco tiempo después sin que sus advertencias hubieran sido tomadas muy en cuenta por las autoridades sanitarias chinas. 

La enfermedad se exacerba cuando interactúa con otras condiciones de salud que prevalecen en grupos humanos, especialmente inmunosuprimidos o de la tercera edad. Se constituyó rápidamente en una pandemia. A la denuncia tardía de la enfermedad por parte de la OMS, y su contradictorio trabajo en ni siquiera conocer el origen de la pandemia, ni tampoco producir ningún nuevo recurso terapéutico efectivo para combatirla, se suman factores que han potenciado los equívocos en torno a la afección. El covid no afecta solo a ciudadanos habitantes de países pobres, con hospitales desde siempre rebasados de enfermos y en franca obsolescencia, sino que también sobrepasó la ocupación de camas en sistemas sanitarios de países considerados ricos y las cifras de fallecidos sorprendió a más de un gobierno de dichos países. 

El virus y sus efectos no eran tan conocidos como la sempiterna gripe. Ni tenía antídoto. Entonces comenzó una frenética carrera por producirlo en tiempo record. Surgida la vacuna, todo el sistema de salud pública mundial y la humanidad misma, transita entre el regocijo por haber encontrado la vacuna (mediante los laboratorios Pfizer, Jansen, Moderna, Gamaleya, Astra-Zéneca, Sinopharm y Sinovac y muchos otros detrás) y vacunarse o no; entre la vacilación, cargada de ineptitud de organismos rectores de salud y el negocio de la industria de la vacuna y sus nítidos intereses, en un contexto sustentado por el pánico generalizado creado a través de medios informativos y redes sociales, en lo que se ha denominado la primera pandemia mediática. 

Cerca de dos años después de la irrupción del virus en 2019, y con vacunas disponibles de virus atenuado o de ribosoma mensajero, en las ya eternas desigualdades creadas -fundamentalmente- por políticos gestores que dirigen Estados de vergüenza, la salubridad en el mundo se plantea una nueva normalidad, como categoría de análisis para recuperar la vida sin mascarillas o distanciamiento entre personas. Salvo la neurosis que se crea en los medios comunicacionales, quizá tras el rédito de la industria farmacológica (que también existe y juega fuerte) e innumerables intereses crematísticos, será inexorable que el virus se haga endémico sin la letalidad que asomó a comienzos desde finales de 2019. La historia de la medicina refiere que otras pandemias han durado más tiempo en recuperar dicha normalidad y cobrado más vidas, no obstante, la humanidad ha proseguido el recorrido, con sus enfermos y sus muertos, incluso, como en el covid 19, unos más importantes que otros, en la ratificación de la humana conditio.

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